sábado, 31 de agosto de 2013

Puno y el Lago Titicaca


 
El sábado los niños vienen al centro de nueve a doce de la mañana, así que esa tarde y todo el domingo estoy más o menos libre. Hace tres semanas Esperanza y Cristina propusieron una “locura” para aprovechar ese tiempo. Yo, que ya tengo una edad, me resistí al principio pero afortunadamente ellas insistieron lo suficiente para que yo me animara a acompañarlas.
Nuestra línea de autobuses
Formando frontera con Bolivia se encuentra el lago Titicaca, que es el lago navegable a más altura del mundo a 3.856 metros sobre el nivel del mar. Con una extensión de 8.200 kilómetros cuadrados, más de la mitad pertenece a Perú; tiene un perímetro de 1.150 kilómetros y alberga más de 50 islas.
Pues bien, la “locura” consistía en viajar la tarde del sábado hasta el lago, visitarlo durante el domingo por la mañana  y volvernos después a Checacupe desandando el camino del día anterior.
Paisajes del altiplano 



Para llegar al Titicaca hay que coger un autobús a Sicuani que está a una hora de Checacupe, una vez allí hay que tomar otro que, en sólo cinco horas más, está en Puno, ciudad situada en sus orillas con un importante puerto lacustre. Así que antes de las dos de la tarde estábamos en camino hacia ese famoso lago.

Nos acomodamos en la parte trasera del bus y yo me senté en un extremo dispuesta a volver a disfrutar del paisaje que me deparaba el trayecto. Fui incapaz de dormir en todo el tiempo pues me parecía una pérdida de tiempo hacerlo mientras una sucesión de cartas postales desfilaban por mi ventanilla durante las cinco horas que duró nuestro viaje.

Sumergida como estoy de pleno en los Andes, todos los trayectos están protagonizados por las montañas; unas veces las veo desde abajo como sucedió al llegar al Valle Sagrado, otras voy ascendiendo como cuando he visitado las comunidades altas y en esta ocasión no iba a ser menos. El lago está a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, así que el viaje fue todo de subida, aunque, una vez en la parte alta, la carretera discurre por una planicie muy amplia; a veces el  trazado del camino era recto durante bastante tiempo; estábamos en el altiplano andino. Eso no quiere decir que no hubiera montañas: las había y eran majestuosas y en ocasiones cubiertas de nieve. El trazado de las vías del tren seguía nuestro mismo camino, y el tendido eléctrico también (esto lo digo porque las fotos fueron desde el autobús en movimiento y a veces se ven los cables).
Praderas interminables de ichu

De vez en cuando unas casa con aspecto de granja, ganado, pequeñas poblaciones que uno se pregunta qué hacen allí  y poco más. Nada de vegetación y apenas algunos cultivos. Sólo la llanura y las montañas y yo, como siempre observando desde mi ventanilla e intentando asimilar y retener esos paisajes en mi memoria.



Cuando por fin llegamos a Puno, en la misma estación de autobuses contratamos la excursión para la mañana siguiente a la isla de los Uros, que fue todo un descubrimiento para mí pues no recuerdo nunca haber oído hablar de ellos.
Catedral y Plaza de Armas
Puno "la nuit"
La ciudad de Puno no tiene gran interés. Tal vez es la ignorancia lo que me hace ser tan atrevida en mi juicio pues no estuve mucho tiempo, pero esa fue mi impresión: visitamos el centro y la Plaza de Armas (a estas alturas ya habréis deducido que todas las plazas principales de las ciudades peruanas se llaman así) por la noche y a la mañana siguiente temprano y después nos embarcamos en una lancha turística que nos llevó a navegar por el famoso lago hasta nuestro objetivo.
Lago y primeras plantas de totora

Entrada a las islas de los Uros



En esa parte del Titicaca, la profundidad no supera los dos metros y medio y lo más característico es que una planta parecida a nuestros juncos crece en abundancia sobresaliendo por encima del nivel del agua. Esta planta se llama “totora” y es la base de la vida de los Uros, además del sustento de muchas aves acuáticas.
. Parece ser que este pueblo indígena, -una de las civilizaciones andinas más antiguas-, vivía en las orillas del lago en lo que hoy es la parte boliviana. Fue hostigado allá y tuvo que huir llegando a esta zona poco profunda del lago; decidieron aprovechar la densidad de totora que allí hay para construirse unas islas flotantes artificiales y vivir a salvo de los ataques de otros pueblos. Llevan cientos de años con esta forma de vida; hay más de cincuenta islas y son hábiles pescadores y constructores de embarcaciones de totora. Son artesanos, así que muchas de sus islas viven del turismo y la venta de sus productos.
Cuando llegamos a una de las islas, nos recibió la presidenta de la comunidad y con ayuda del guía (ellos hablan como primera lengua Aymara) fuimos aprendiendo de una forma muy didáctica cómo construyen sus islas. Imitando las raíces de la totora, forman unas estructuras de raíces como cubos, que anclan al fondo del lago pero que se mantienen flotando, pues suele haber oleaje durante las tormentas y cambios en el nivel del agua. Después van añadiendo capas y capas de totora hasta formar un suelo lo suficientemente consistente como para poder vivir sobre él y espeso como para poder estar aislados de la humedad. Sobre este suelo se elevan un poco más y asientan sus casas, como no, hechas de totora. En esta ocasión sí que las imágenes podrán dar una idea más precisa de todo lo que estoy contando.

Esta es la base de la construcción
de las islas






















En la isla que visitamos vivían ocho familias, según nos dijo Yéssica quien nos invitó a pasar a su casa. Una pequeña placa solar por cada vivienda les provee de la energía suficiente para tener una luz, una televisión y una radio. Una sola estancia de pocos metros con una cama y una estera enrollada a un lado que durante el día sirve de asiento y por la noche se convierte en otra cama.









 Me encantó hablar con esta mujer y contestó amablemente a todas las dudas que le planteé. ¿Y el baño? A cinco minutos en barca, en una superficie hecha de raíces de totora, adonde siempre tenía que ir acompañada de otra persona, normalmente su esposo.





La comida la hacen en sus cocinas de leña, sólo tenía que apartar la totora haciendo un hoyo y llegar a la parte húmeda para evitar posibles incendios. Mantener la isla supone un trabajo continuo de reposición de ramitas, y, según explicó, una isla no dura más de quince años, pasado ese tiempo deben construir una nueva. Los niños aprenden a nadar muy pronto pues los accidentes por caídas al lago pueden ser muy frecuentes en una extensión tan pequeña. Me contó que solo salía de allí los domingos, que iba al mercado de Puno a surtirse de todo lo necesario ya que la isla no produce absolutamente nada. Su fuente de ingresos es la artesanía  y el pescado. La vida no era fácil porque durante el día el calor puede ser agobiante y por la noche hace mucho frío, pero me aseguró que era feliz allí y no quería vivir en ninguna otra parte. Sus dos hijos, como todos los niños de las restantes islas iban al colegio a Puno y me dijo, no sin cierta melancolía, que los jóvenes ya no quieren vivir allí y en cuanto tienen la oportunidad se van a otra parte.
Las mujeres no son tejedoras
pero sí bordadoras







Salimos de la isla en otra de las atracciones que hay allí. Sus embarcaciones de totora son muy llamativas, no tienen motor; dos personas hacen que se desplacen suavemente sobre la superficie del lago solo con sus remos, resultando un paseo muy agradable y tranquilo.
Una vez acabada nuestra visita a los Uros, volvimos al puerto y de allí, de nuevo a las seis horas de autobuses, que nos condujeron de regreso a la que durante este tiempo es nuestra casa, dándome el viaje de vuelta la ocasión de volver a disfrutar del altiplano y de una espectacular puesta de sol.




Con nuestra remadora






















Vivir en las alturas


Checacupe está a casi tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar y eso se nota en muchos aspectos de la vida cotidiana, especialmente si llegas aquí, como yo, desde una zona del hemisferio norte sin grandes elevaciones (¡Ojo, con esto no quiero menospreciar nuestra sierra de Cazorla!).
Cuando salí de España acababa prácticamente de empezar el verano, pues este año se demoró bastante. El día que salí de Madrid se alcanzaron los 42 grados y al llegar a Lima por la noche el termómetro marcó tres grados: me acababa de sumergir, de golpe, en el invierno peruano.
Cuando enseñaba a los niños los meses y las estaciones del año en inglés, ellos me enseñaban a mí cómo se distribuyen éstas en esta zona. El solsticio de Invierno es en el mes de Junio, por tanto esta estación se prolonga los dos meses siguientes: Julio y Agosto. En Septiembre empieza la Primavera y llega hasta Noviembre (estos días están empezando a florecer los pocos árboles frutales que a estas alturas subsisten a duras penas). Diciembre, Enero y Febrero son Verano (estos dos últimos meses son las vacaciones escolares) y Marzo, Abril y Mayo es Otoño y se caen las hojas de los árboles (donde los haya). De todas formas, el año se divide en dos épocas: época de heladas (cuando yo llegué) y época de lluvias.
Esta semana, de todas formas, han vuelto a bajar las temperaturas y después de dos días nublado y lloviendo, al despejarse las nubes entendí la causa de tanto frío: los cerros más altos que rodean esta zona, especialmente el Ausangate, aparecieron completamente nevados.
Manos de niños
Los efectos de este clima son varios;  la piel sufre estos rigores climáticos y geográficos. El sol la quema y reseca y el frío la cuartea y agrieta. Alguna vez he aludido a las manos de los niños, que es uno de los aspectos visibles que más me han impresionado. Parecen de ancianos. La piel es gruesa, rugosa y oscura. Cuando van al comedor o a clase, lo primero que hacen es lavárselas; por norma general les encanta enjabonarse y jugar con la espuma bajo el grifo, pero cuando llegan a la mesa, nunca parece que estén limpias.
Esto no es extraño pues yo, que lavo las mías con frecuencia, tengo agua caliente y crema, también he visto en estas semanas cómo han aparecido grietas y la piel se ha deteriorado de forma visible. Ellos además trabajan en “la chacra” colaborando con sus padres en las labores del campo y eso no les ayuda en absoluto a tener una piel y uñas cuidadas.
Los niños están acostumbrados a jugar en la calle, con piedras y tierra, con los animales y muchos de ellos lavan su propia ropa a mano y con agua fría. Son inquietos, alegres, incansables; lo cual tiene mucho mérito pues otro de los efectos de vivir a esta altura es la falta de oxígeno. Cualquier esfuerzo tan simple como ducharse y secarse enérgicamente, atarse los cordones de las zapatillas, realizar movimientos rápidos,…te recuerda a la altura a la que estás. Cada día subir la cuesta que hay para salir de casa es un ejercicio difícil: no puedes subir y hablar o reír al mismo tiempo: sólo una cosa cada vez. El día que subí a Ocongate, (a unos 4.200 metros) mientras nos explicaban algunas cosas desde la cima de una de las montañas sentí frío y fui a por mi abrigo hasta la camioneta; corrí unos doscientos metros porque no quería perderme lo que Lucho estaba contando: cuando volví, perecía un pez fuera del agua.
 A veces incluso no hace falta hacer ningún esfuerzo especial: de pronto, el corazón se acelera, y los pulmones se expanden por su cuenta como intentando recoger todo el oxígeno a su alrededor.  
Algo muy curioso que he observado aquí es que nadie fuma. Sólo en Cuzco he visto personas fumando y siempre se trataba de turistas. Parece increíble que en el continente originario de la planta del tabaco tenga tan pocos adeptos a este hábito. Pero sí he podido ver que muchas personas, tanto hombres como mujeres, van por la calle con una de sus mejillas abultadas. Se trata de una bola de hojas de coca que “rumían” y guardan en la boca y que va liberando la sustancia que, parece ser según dicen, les permite en parte trabajar tan duramente como lo hacen sin sufrir los síntomas de los que antes hablaba. Pero, al saludar de cerca o hablar con estas personas, en seguida se hacen patentes los efectos de este hábito en los dientes, pues están manchados, oscuros, dañados o, simplemente, ya no están.
Otra cosa curiosa es que el agua hierve a unos 70 grados. Esto influye también en la elaboración de las comidas.
 Intentar impresionar a las Hermanas haciendo un bizcocho o una tortilla de patatas puede resultar un fracaso culinario, así que me mantengo alejada de los fogones y colaboro en tareas menos creativas como fregar y secar los platos.
Algo a lo que también me he adaptado es a la ausencia de persianas. Nuestras persianas sirven básicamente para que la luz no nos moleste cuando dormimos, con lo que vivimos sin hacer mucho caso al día y la noche, trabajando y pernoctando cuando no hay luz y durmiendo hasta media mañana (bueno, no siempre). Aquí las personas viven con el sol. Una vez puesto el sol, no prolongan mucho su vigilia y, cuando amanece, ellos también se levantan, salen de sus casas y emprenden sus tareas. Me gusta la idea de vivir a este ritmo aunque reconozco que no siempre es fácil hacerlo así.
Mi vista favorita desde la casa


La vegetación también es diferente; a estas alturas casi no hay árboles; en algunas zonas hay agrupaciones de eucaliptos que se deben a la forestación que se hizo hace más de cuarenta años, cuando no se sabía, como ya dije en mi viaje a Ocongate, lo perjudiciales que pueden ser para el suelo sobre el que se asientan. Pero sí es verdad que se aclimataron muy bien a este clima, son resistentes y sirven para los tejados de las casas y para cocinar. 















La primavera se abre paso





Con muchos cuidados algunos árboles frutales  sí que hay: melocotoneros (duraznos), manzanos y no mucho más. 
Para conseguir algo de verduras hay “fitotoldos” que es como llaman aquí a los invernaderos. 
Hay infinidad de variedades de papas y de maíz, pero a partir de los cuatro mil metros ya no se cría casi nada; las cosechas de patatas corren el riesgo de helarse bajo la tierra, de modo que unas plantas parecidas al esparto, llamadas ichu son la base principal para cubrir los tejados y las reinas de las alturas.
Este fitotoldo aporta algunas verduras de las que
se consumen en el comedor
Ichu para los tejados
















Pero vivir aquí también supone convivir con una serie de supersticiones y creencias ancestrales que aún perviven en las zonas andinas de montaña. 
A principios de agosto se empieza a preparar la tierra para la siembra de las nuevas cosechas. El día uno tuve la suerte  de asistir a una ceremonia muy importante aquí: La Pachamama o el pago a la tierra.
Ceremonia simbólica de la Pachamama
Este rito se basa en la creencia firme de que la madre tierra tiene vida propia y hay que agradecerle los frutos que extraemos de ella. Se hace un agujero en la tierra y se ponen en él unas ofrendas: hojas de coca, galletitas, caramelos y un vaso de chicha (una bebida muy consumida por esta zona que consiste en un cereal hervido en agua azucarada). Mientras se realiza este rito se invoca a la Pachamama y a los Apus protectores del lugar y así se dan las gracias por la futura cosecha que se van a conseguir. Sin embargo, a pesar de esta adoración a la naturaleza, los  habitantes de esta zona incurren en ciertas contradicciones: tiran las basuras en cualquier parte, vierten las aguas sucias a los ríos, arrojan papeles y plásticos a las riveras, desde los autobuses, en la calle,…Claro que, en su descargo también tengo que decir que en estas comunidades no suele haber recogida de basuras y eso no facilita precisamente las cosas: no es fácil ser “ecologista” en estas condiciones. En la casa en la que estoy viviendo, hay al final del huerto dos hoyos en la tierra: a uno van todos los desechos orgánicos, que mezclados con tierra con el tiempo se convierten en abono y en el otro van los residuos inorgánicos que son quemados.
Tal y como contaba de la casa de Ccatcca que fuimos a ver, este tipo de aprovechamiento de los recursos no es nuevo; lo que sucede es que en los últimos años nos hemos alejado de esa forma de vida que entendían perfectamente nuestros abuelos. Tal vez ahora estemos en un buen momento para una elegante austeridad, entendida ésta no como carecer de lo necesario, sino como aprender a prescindir de lo superfluo.

Y ya para terminar, algo anecdótico del día a día en esta zona, es lo distinta que me ven los habitantes de estas poblaciones. Ellos y ellas son muy morenos, tanto de piel como de pelo. Cuando salgo al mercado de Combapata, los niños se quedan mirando; un día uno le dijo a su mamá: “mira, sus cabellos son como el maíz”; algunos adolescentes atrevidos me saludan en inglés: Hello! porque imaginan que debo ser americana. Sin embargo, en Checacupe casi se han acostumbrado a verme caminar sola por sus calles. Yo saludo a todas las personas que me voy encontrando y ellos me contestan de distinta manera: si saben que estoy viviendo con las monjas: “Buenas días, hermana”; si saben lo que hago aquí: “Buenos días profesora” y si no saben muy bien qué estoy haciendo y cómo he llegado hasta su población: “Buenos días, señorita gringa”. De cualquier modo siempre resultan saludos afables, respetuosos y agradables de escuchar en ese acento tan dulce que el castellano tiene por aquí.   
Nieve caída en agosto sobre el Ausangate
 

viernes, 30 de agosto de 2013

Taller de Violencia en Wasi Nazaret

Como parte de la labor de prevención que llevan a cabo las Siervas -de la que ya hablé anteriormente-, el pasado viernes se celebró en Wasi Nazaret, un taller de capacitación que giró en torno a la Violencia y problemática de la Municipalidad de Checacupe y las Comunidades, expresamente a la violencia familiar, que aquí se da de una forma demasiado frecuente para quedarse impasible ente ella.
Había muchos estamentos de la sociedad checacupeña invitados, pero no asistieron todos los que hubiera sido deseable.
Entre los asistentes estuvo el Representante de la Policía, el de la Posta (Centro de Salud), el Juez de Paz, el Gobernador del distrito, el Presidente de una de las comunidades, el Presidente del Comité de Defensa, la Presidenta de la Federación de mujeres y algunas mujeres más a título personal.
La abogada del Centro empezó haciendo un repaso sobre los conceptos más importantes, especificando a los asistentes qué es la violencia familiar, extendiendo el término a la violencia verbal y psicológica y a todos los miembros de la familia, ya que en esta zona los conflictos violentos afectan no sólo a cónyuges e hijos, sino que también se dan entre cuñados, suegros, tíos, sobrinos, etc. Después dio paso a todos los asistentes para que escribieran en unas cartulinas cuál era la problemática en cada uno de sus campos.
Aunque ya había oído algo de lo que sucede en esta zona, me sorprendió escuchar algunas cosas:
El alcoholismo es un problema muy grave y generalizado y afecta a los dos sexos; esto (junto con otros factores), provoca situaciones como el maltrato físico que tiene como víctimas dentro de la pareja tanto al hombre como a la mujer y también a los hijos.
 En esta zona no es habitual que las parejas se casen, ellos se denominan a sí mismos convivientes. Esta situación da lugar a que, cuando la pareja se separa (cosa que ocurre con muchísima frecuencia), la mayoría de los conflictos que se producen, y que se encarga de apoyar Wasi Nazaret, a través del trabajo de la abogada y la psicóloga, son de reconocimiento de paternidad, filiación, pensión de alimentos y malos tratos. Los niños quedan en una situación de desamparo  y muchas veces son abandonados. Algo curioso es que las mujeres cargan a la espalda a sus hijos hasta que son bastante grandes, casi con tres años, pero una vez que los sueltan no suelen preocuparse mucho de ellos. Desde esa edad pasan en la calle mucho tiempo, jugando con otros niños o solos. Así que en este Taller se comentó que muchos niños crecen muy faltos de cariño y de cuidados.
Una de las consecuencias que tiene esto en las niñas es un alto número de embarazos precoces en adolescentes, pues tal vez intentan buscar en una pareja el afecto del que carecen en casa…. Si es que tienen casa porque, algo terrible que escuché fue que, debido al alto índice de separaciones, hay muchas mujeres que conviven con otros hombres y éstos someten a las hijas de su pareja a violaciones y la ignorancia hace, además,  que las madres acusen a sus propias hijas de ser ellas las culpables y las echen de casa.
Relacionado con esto hay muchas madres solteras que deben hacer el rol de padre y madre en situaciones económicas desesperadas, lo que muchas veces les lleva a maltratar y a abandonar a sus hijos. El índice de abandonos es sorprendentemente alto.
También se habló de la trata de personas que es moneda de cambio en las zonas pobres. Desaparecen niños, o adolescentes, o incluso adultos sin que en la mayoría de los casos se vuelva a saber nada de ellos. La familia no tiene los recursos para que se produzca una investigación seria o simplemente, no busca a la persona desaparecida ni siquiera denuncia su desaparición, ocultándola siempre que es posible.
Algunos de los participantes expusieron sus quejas a la policía diciendo que hay maltrato e incomprensión desde las propias instituciones que deberían apoyar a las víctimas. También el sistema sanitario muestra deficiencias: cuando una mujer (u hombre) sufre una agresión física, primero debe ir a denunciarlo a la Comisaría y estos le dan un informe para que vaya a la Posta  y un médico certifique las lesiones. Este proceso puede durar varios días.
Desde nuestro punto de vista occidental de país europeo desarrollado (por mucha “crisis” que tengamos), no es fácil escuchar todo esto pues vulnera todos los derechos humanos que nosotros hemos ido conquistando. Aunque nuestra sociedad dista mucho de ser perfecta, ahora que asisto a estas verdades tan duras, yo personalmente me siento orgullosa y valoro el camino recorrido en el campo de los derechos humanos y concretamente de la infancia,…aquí la mayoría de los niños, como ya dije en otra ocasión, son los últimos en todos los ámbitos de la familia y de la sociedad.
 Hace unas semanas tuve la suerte de acudir a una conferencia de un antropólogo que hablaba precisamente de los rasgos culturales y antropológicos de la sociedad del sur andino. Algo que dijo se me quedó marcado: que los niños que llegan a la adolescencia y a la edad adulta son unos sobrevivientes y su origen es el sufrimiento (provocado por situaciones como de las que se hablaron en el Taller de violencia), añadía que con estas bases se va construyendo una caricatura de persona, un individuo endurecido, sin valores, que trata de ocupar un lugar en la sociedad y que reproduce las conductas que ha visto. El sobreviviente trata de escalar a cualquier precio y a costa de lo que sea.
Viendo a los niños que ya conozco aquí, algunos de ellos perfectamente enmarcados en las situaciones anteriores, pero apreciando la dulzura que hay en ellos cuando perciben que alguien los trata con respeto y cariño, cuesta trabajo pensar en todo lo anterior.
Cuando -hace ahora casi dos meses- inicié este viaje, sabía que no era una huída ni una meta en sí mismo. Sabía que iniciaba una vivencia que me llevaría al encuentro del ser humano con sus luces y sus sombras, sus grandezas y sus miserias. No me equivocaba, aunque puedo asegurar que no es un viaje fácil. Son muchos los peldaños que quedan aún por construir.



domingo, 25 de agosto de 2013

El Santuario de Machu Pichu

Machu Pichu

El Cristo Blanco que preside la ciudad
Aprovechando la “cercanía” de este lugar sorprendente y los días que los niños han tenido de vacaciones, además de la llegada de Cristina y Esperanza, las otras dos voluntarias que llegaron el día 3, emprendimos el viaje hacia Machu Pichu la primera semana de agosto.

Cuzco desde el Cristo Blanco
Nuestro viaje partió de Cusco y desde alli empezamos a ascender hacia una de las montañas que rodean la ciudad, en la que el Cristo Blanco hace guardia día y noche. En esta zona de Perú es habitual que en muchas localidades haya un Cristo a semejanza del de Río de Janeiro (aunque no tan grande, por supuesto) y como las ciudades están rodeadas de Apus (recordad que son los espíritus protectores en forma de montañas), siempre hay una ubicación adecuada para situarlo.

Valle Sagrado
Desde allí la ciudad ofrece un panorama impresionante, con la Plaza de armas siempre protagonizando el conjunto. Nuestro guía nos dijo que el urbanismo  le da la forma de un puma, tal vez a mí me faltó la imaginación desbordante que tienen los peruanos de asociar lo que ven con formas de animales, personas,…pero no discutí lo que decía.
Allí también visitamos otros restos arqueológicos que rodean la ciudad y que siempre repiten los esquemas de ciudad sagrada con restos de edificios de piedra finamente pulimentada rodeados de terrazas cultivables en forma escalonada que aquí llaman andenes. De esta antigua ciudad llamada Saqsaywaman parte el camino inca que es el que recorría el antiguo imperio, teniendo como punto central la ciudad del Cusco y especialmente El Coricancha o Templo del Sol, y nosotras íbamos a recorrer un tramo de aquel camino que llevaba a la ciudad sagrada de Machu Pichu.
Ciudad de Pisaq




Mientras nos alejábamos de la ciudad no dejamos de ascender y después pude comprobar que ese ascenso me llevaría a contemplar una vista espectacular: un amplio valle con zonas de cultivo de tierra oscura y un río que ya no abandonaría en todo el recorrido y que tomaría un protagonismo que más adelante contaré. Entendí perfectamente que es valle fuera conocido como el Valle Sagrado de los Incas.
El único aspecto triste de aquel espectáculo fue cuando nuestro guía dijo que todas esas tierras habían pertenecido durante mucho tiempo a un solo dueño y ahora eran de cuatro personas, que controlaban toda la producción agraria del valle. No me sorprendió pues desde que llegué aquí he podido comprobar que en muchos aspectos, en esta zona se reproducen modelos feudales: latifundios, explotación de campesinos, control sobre el voto de la población,…pero tal vez estos temas formen parte de un próximo relato; ahora prosigamos con el viaje.
A partir de ahí todo fue bajada hasta llegar a la parte baja del valle Sagrado, a una población llamada Pisaq, que mostraba en las laderas de las montañas los restos de antiguas plantaciones incas en terrazas perfectamente diseñadas y allí tomamos la carretera que corría paralela al río y desde la que se podían observar las montañas que presidían el paisaje  por las que antes habíamos viajado. Y de vez en cuando un puente más o menos desvencijado nos llevaba de una a otra orilla del río Vilcanota que no sé exactamente en qué lugar cambia su nombre por el de Urubamba.
En la reserva de camélidos



De forma artesanal tiñen la lana
que obtienen de las llamas y las alpacas

Nuestro destino era Ollantaytambo, donde debíamos tomar un tren que nos llevaría a Aguas Calientes, que es el núcleo de población más cercano a Machu Pichu.
En el camino nos paramos en una reserva de camélidos, que es como se designa a las llamas, las alpacas, los guanacos y las vicuñas. Aunque es un sitio con un objetivo eminentemente turístico, sirve muy bien para comprobar las peculiaridades de estos animales y el proceso de elaboración de las lanas de alpaca, que son muy valoradas por el poder calórico que tienen, además de poder ver estos animales de cerca y tocar esa lana “en su lugar original”.
Las variedades de maíz y papas
son enormes
A medida que íbamos avanzando el valle se hacía más estrecho hasta que llegamos a Ollantaytambo donde fuimos hasta la estación de nuestro tren. Cada vez la emoción era mayor porque sentía la cercanía de ese lugar mágico que tantas veces había visto en fotografías. Este tren es el único modo de acceder a esta parte de Perú; no hay carreteras, sólo algunos caminos sin asfaltar que les sirven a los campesinos de esa zona para comunicarse con otras poblaciones.
El tren es confortable, especialmente pensado para turistas y con un precio indecentemente alto para el país. Desde mi ventanilla, siempre con mis ojos y la mente muy abiertos, iba absorbiendo y asimilando, no sin cierta dificultad, todo el espectáculo que supuso ese recorrido. Allí se hicieron también patentes mis añoranzas, mis deseos de compartir todo aquello con mis seres queridos, mi pequeñez, mi soledad.
Y en aquella soledad yo no podía dejar de admirar el impresionante espectáculo que se abría ante mis ojos.
El valle que inicialmente era amplio se hizo cada vez más angosto de modo que en ocasiones sólo había espacio para el río y para las vías del tren, que a veces se sustentaban sobre puentes de aspecto frágil, con pilares que se hundían en las aguas de ese torrente limpio de agua que parecía competir con el tren para llegar antes que nosotros al pie del Santuario.
La mirada tenía que subir muy arriba para poder ver el cielo porque el tren se abría paso como un largo insecto azul por las curvas interminables que serpenteaban entre la sucesión de montañas que forman el angosto camino; tan sinuosas eran que muchas veces podía observar una gran parte del tren en el que viajaba, a pesar de que sólo tenía tres vagones.
El curso del río estaba salpicado de enormes piedras que parecían seres prehistóricos medio sumergidos en el agua y, al mirar hacia arriba  podía comprender la razón geológica de esas grandes moles, pues las montañas mostraban unas grandes heridas, testimonios del material desprendido que ahora yacía en el lecho del río.

Las llegada a Aguas Calientes
fue al anochecer
También la vegetación fue cambiando: de laderas casi yermas pasamos a una vegetación exuberante, casi selvática, con árboles que no conseguía reconocer pero tan húmedos que alojaban otras plantas en sus ramas y troncos. Y vuelvo a pensar en lo bien que le viene a este lugar el nombre de Valle Sagrado.
Nunca hubiera imaginado
ver campanillas blancas aquí

 Así, sumida en mis reflexiones e hipnotizada por el paisaje, llegamos hasta la población de Aguas Calientes que es el único lugar habitado de la zona y paso obligado para emprender la última fase del camino que nos llevaría hasta el Santuario de Machu Pichu.
La mañana siguiente, a las cuatro de la mañana ya estábamos preparadas para tomar el autobús y hacer la última etapa de este viaje.
Parte de la carretera que sube a Machu Pichu


La carretera es continuamente ascendente pues debíamos subir desde el fondo del valle hasta una gran altura. La forma de esta carretera es impresionante: tramos más o menos rectos y curvas de casi ciento ochenta grados, de forma que desde mi posición en el autobús, unas veces estaba viendo el valle y otras la ladera de la montaña. Y durante el trayecto empezó a amanecer. Al principio sólo se veían en la carretera unas luces móviles que pertenecían a las linternas de algunas personas que estaban haciendo el ascenso a pie, pero a medida que la luz avanzaba, empezaron primero a recortarse en el cielo las siluetas de las montañas y después fueron apareciendo los colores: el paisaje era impresionante y anticipaba lo que íbamos a encontrar al final de nuestro camino.
¡¡¡Por fin, ahí está!!!!
Una pequeña explanada, donde por fin bajamos del autobús, conduce a la entrada del santuario y entonces empieza el camino a pie. Ese corto paseo es impresionante: desde lejos se reconoce la imagen del pico que preside la ciudadela que todos hemos visto en fotografías y es detrás de un recodo del camino cuando aparece esa imagen tantas veces repetida pero que impacta de una forma especial y por unos instantes me dejó sin respiración.
Y entonces empezó a salir el sol. El santuario es un observatorio astronómico, de modo que unos lugares muy determinados son testigos del solsticio de invierno (aquí en junio) y del de verano (en diciembre), pero este día el sol salió tímidamente entre las nubes, aunque eso no le restó nada de magia al momento. Y paseando entre las construcciones, todo resulta impresionante. Yo me debatía entre hacer fotos para intentar atrapar lo que allí veía, o sentarme en silencio y contemplar y dejarme llevar por el encanto de ese lugar único.
Amaneciendo en Machu Pichu
Nunca vivió allí la gente llana del pueblo: la perfección de las edificaciones demuestra que aquella ciudad no se construyó para que gentes normales la habitaran (hoy en día aún se sigue construyendo por toda esta zona con adobes hechos a mano), sino que era un centro de investigación y experimentación. Los incas más relevantes: sacerdotes, astrónomos, agrónomos vivieron y estudiaron allí.




Construyeron aprovechando la ladera de las montañas terrazas escalonadas con las que conseguían reproducir distintos ambientes climáticos: más secos y expuestos al sol y al viento en la parte alta y más húmedos y resguardados en la parte baja. Y así lograron modificar genéticamente algunas semillas y plantas y conseguir cultivos nuevos, más resistentes a las plagas, mejorando los resultados y la producción.


Todos los rincones de Machu Pichu son especiales; en todos ellos mi imaginación volaba y me transportaba a otra época en que unos hombres intentaron dominar la naturaleza y actuar sobre ella prediciendo con exactitud el paso de las estaciones, los movimientos solares, ampliando sus conocimientos agrícolas, controlando el flujo del agua por toda la ciudad, y que un día desaparecieron y dejaron el lugar desierto para que siglos después, en 1911 Hiran Bincham lo descubriera oculto entre la vegetación y las personas afortunadas que logramos llegar a este lugar mágico  podamos soñar despiertos.
Os mando algunas de la muchas fotos que tomé para compartir con vosotros esta maravilla del mundo.

















 
  






¡¡¡Hasta la próxima!!!