El sábado los niños vienen al centro de nueve a doce de la mañana, así
que esa tarde y todo el domingo estoy más o menos libre. Hace tres semanas
Esperanza y Cristina propusieron una “locura” para aprovechar ese tiempo. Yo,
que ya tengo una edad, me resistí al principio pero afortunadamente ellas
insistieron lo suficiente para que yo me animara a acompañarlas.
Nuestra línea de autobuses |
Formando frontera con Bolivia se
encuentra el lago Titicaca, que es el lago navegable a más altura del mundo a
3.856 metros sobre el nivel del mar. Con una extensión de 8.200 kilómetros
cuadrados, más de la mitad pertenece a Perú; tiene un perímetro de 1.150
kilómetros y alberga más de 50 islas.
Pues bien, la “locura” consistía en viajar la tarde del sábado hasta el
lago, visitarlo durante el domingo por la mañana y volvernos después a Checacupe desandando el
camino del día anterior.
Paisajes del altiplano |
Para llegar al Titicaca hay que coger un autobús a Sicuani que está a
una hora de Checacupe, una vez allí hay que tomar otro que, en sólo cinco horas más, está en Puno,
ciudad situada en sus orillas con un importante puerto lacustre. Así que antes
de las dos de la tarde estábamos en camino hacia ese famoso lago.
Nos acomodamos en la parte trasera del bus y yo me senté en un extremo
dispuesta a volver a disfrutar del paisaje que me deparaba el trayecto. Fui
incapaz de dormir en todo el tiempo pues me parecía una pérdida de tiempo
hacerlo mientras una sucesión de cartas postales desfilaban por mi ventanilla
durante las cinco horas que duró nuestro viaje.
Sumergida como estoy de pleno en los Andes, todos los trayectos están
protagonizados por las montañas; unas veces las veo desde abajo como sucedió al
llegar al Valle Sagrado, otras voy ascendiendo como cuando he visitado las
comunidades altas y en esta ocasión no iba a ser menos. El lago está a más de
3.800 metros sobre el nivel del mar, así que el viaje fue todo de subida,
aunque, una vez en la parte alta, la carretera discurre por una planicie muy
amplia; a veces el trazado del camino
era recto durante bastante tiempo; estábamos en el altiplano andino. Eso no
quiere decir que no hubiera montañas: las había y eran majestuosas y en
ocasiones cubiertas de nieve. El trazado de las vías del tren seguía nuestro
mismo camino, y el tendido eléctrico también (esto lo digo porque las fotos
fueron desde el autobús en movimiento y a veces se ven los cables).
Praderas interminables de ichu |
De vez en cuando unas casa con aspecto de granja, ganado, pequeñas poblaciones que uno se pregunta qué hacen allí y poco más. Nada de vegetación y apenas algunos cultivos. Sólo la llanura y las montañas y yo, como siempre observando desde mi ventanilla e intentando asimilar y retener esos paisajes en mi memoria.
Cuando por fin llegamos a Puno, en la misma estación de autobuses
contratamos la excursión para la mañana siguiente a la isla de los Uros, que
fue todo un descubrimiento para mí pues no recuerdo nunca haber oído hablar de
ellos.
Catedral y Plaza de Armas |
Puno "la nuit" |
Lago y primeras plantas de totora |
Entrada a las islas de los Uros |
En esa parte del Titicaca, la profundidad no supera los dos metros y
medio y lo más característico es que una planta parecida a nuestros juncos
crece en abundancia sobresaliendo por encima del nivel del agua. Esta planta se
llama “totora” y es la base de la vida de los Uros, además del sustento de muchas aves acuáticas.
. Parece ser que este pueblo
indígena, -una de las civilizaciones andinas más antiguas-, vivía en las
orillas del lago en lo que hoy es la parte boliviana. Fue hostigado allá y tuvo
que huir llegando a esta zona poco profunda del lago; decidieron aprovechar la
densidad de totora que allí hay para construirse unas islas flotantes
artificiales y vivir a salvo de los ataques de otros pueblos. Llevan cientos de
años con esta forma de vida; hay más de cincuenta islas y son hábiles
pescadores y constructores de embarcaciones de totora. Son artesanos, así que
muchas de sus islas viven del turismo y la venta de sus productos.
Cuando llegamos a una de las islas, nos recibió la presidenta de la
comunidad y con ayuda del guía (ellos hablan como primera lengua Aymara) fuimos
aprendiendo de una forma muy didáctica cómo construyen sus islas. Imitando las
raíces de la totora, forman unas estructuras de raíces como cubos, que anclan
al fondo del lago pero que se mantienen flotando, pues suele haber oleaje
durante las tormentas y cambios en el nivel del agua. Después van añadiendo
capas y capas de totora hasta formar un suelo lo suficientemente consistente
como para poder vivir sobre él y espeso como para poder estar aislados de la
humedad. Sobre este suelo se elevan un poco más y asientan sus casas, como no,
hechas de totora. En esta ocasión sí que las imágenes podrán dar una idea más
precisa de todo lo que estoy contando.
Esta es la base de la construcción de las islas |
En la isla que visitamos vivían
ocho familias, según nos dijo Yéssica quien nos invitó a pasar a su casa. Una pequeña
placa solar por cada vivienda les provee de la energía suficiente para tener
una luz, una televisión y una radio. Una sola estancia de pocos metros con una
cama y una estera enrollada a un lado que durante el día sirve de asiento y por
la noche se convierte en otra cama.
Me encantó hablar con esta mujer y contestó amablemente a todas las dudas que le planteé. ¿Y el baño? A cinco minutos en barca, en una superficie hecha de raíces de totora, adonde siempre tenía que ir acompañada de otra persona, normalmente su esposo.
La comida la hacen en sus cocinas de leña, sólo tenía que apartar la totora haciendo un hoyo y llegar a la parte húmeda para evitar posibles incendios. Mantener la isla supone un trabajo continuo de reposición de ramitas, y, según explicó, una isla no dura más de quince años, pasado ese tiempo deben construir una nueva. Los niños aprenden a nadar muy pronto pues los accidentes por caídas al lago pueden ser muy frecuentes en una extensión tan pequeña. Me contó que solo salía de allí los domingos, que iba al mercado de Puno a surtirse de todo lo necesario ya que la isla no produce absolutamente nada. Su fuente de ingresos es la artesanía y el pescado. La vida no era fácil porque durante el día el calor puede ser agobiante y por la noche hace mucho frío, pero me aseguró que era feliz allí y no quería vivir en ninguna otra parte. Sus dos hijos, como todos los niños de las restantes islas iban al colegio a Puno y me dijo, no sin cierta melancolía, que los jóvenes ya no quieren vivir allí y en cuanto tienen la oportunidad se van a otra parte.
Las mujeres no son tejedoras pero sí bordadoras |
Salimos de la isla en otra de las atracciones que hay allí. Sus
embarcaciones de totora son muy llamativas, no tienen motor; dos personas hacen
que se desplacen suavemente sobre la superficie del lago solo con sus remos,
resultando un paseo muy agradable y tranquilo.
Una vez acabada nuestra visita a los Uros, volvimos al puerto y de
allí, de nuevo a las seis horas de autobuses, que nos condujeron de regreso a
la que durante este tiempo es nuestra casa, dándome el viaje de vuelta la
ocasión de volver a disfrutar del altiplano y de una espectacular puesta de
sol.
Con nuestra remadora |