sábado, 31 de agosto de 2013

Vivir en las alturas


Checacupe está a casi tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar y eso se nota en muchos aspectos de la vida cotidiana, especialmente si llegas aquí, como yo, desde una zona del hemisferio norte sin grandes elevaciones (¡Ojo, con esto no quiero menospreciar nuestra sierra de Cazorla!).
Cuando salí de España acababa prácticamente de empezar el verano, pues este año se demoró bastante. El día que salí de Madrid se alcanzaron los 42 grados y al llegar a Lima por la noche el termómetro marcó tres grados: me acababa de sumergir, de golpe, en el invierno peruano.
Cuando enseñaba a los niños los meses y las estaciones del año en inglés, ellos me enseñaban a mí cómo se distribuyen éstas en esta zona. El solsticio de Invierno es en el mes de Junio, por tanto esta estación se prolonga los dos meses siguientes: Julio y Agosto. En Septiembre empieza la Primavera y llega hasta Noviembre (estos días están empezando a florecer los pocos árboles frutales que a estas alturas subsisten a duras penas). Diciembre, Enero y Febrero son Verano (estos dos últimos meses son las vacaciones escolares) y Marzo, Abril y Mayo es Otoño y se caen las hojas de los árboles (donde los haya). De todas formas, el año se divide en dos épocas: época de heladas (cuando yo llegué) y época de lluvias.
Esta semana, de todas formas, han vuelto a bajar las temperaturas y después de dos días nublado y lloviendo, al despejarse las nubes entendí la causa de tanto frío: los cerros más altos que rodean esta zona, especialmente el Ausangate, aparecieron completamente nevados.
Manos de niños
Los efectos de este clima son varios;  la piel sufre estos rigores climáticos y geográficos. El sol la quema y reseca y el frío la cuartea y agrieta. Alguna vez he aludido a las manos de los niños, que es uno de los aspectos visibles que más me han impresionado. Parecen de ancianos. La piel es gruesa, rugosa y oscura. Cuando van al comedor o a clase, lo primero que hacen es lavárselas; por norma general les encanta enjabonarse y jugar con la espuma bajo el grifo, pero cuando llegan a la mesa, nunca parece que estén limpias.
Esto no es extraño pues yo, que lavo las mías con frecuencia, tengo agua caliente y crema, también he visto en estas semanas cómo han aparecido grietas y la piel se ha deteriorado de forma visible. Ellos además trabajan en “la chacra” colaborando con sus padres en las labores del campo y eso no les ayuda en absoluto a tener una piel y uñas cuidadas.
Los niños están acostumbrados a jugar en la calle, con piedras y tierra, con los animales y muchos de ellos lavan su propia ropa a mano y con agua fría. Son inquietos, alegres, incansables; lo cual tiene mucho mérito pues otro de los efectos de vivir a esta altura es la falta de oxígeno. Cualquier esfuerzo tan simple como ducharse y secarse enérgicamente, atarse los cordones de las zapatillas, realizar movimientos rápidos,…te recuerda a la altura a la que estás. Cada día subir la cuesta que hay para salir de casa es un ejercicio difícil: no puedes subir y hablar o reír al mismo tiempo: sólo una cosa cada vez. El día que subí a Ocongate, (a unos 4.200 metros) mientras nos explicaban algunas cosas desde la cima de una de las montañas sentí frío y fui a por mi abrigo hasta la camioneta; corrí unos doscientos metros porque no quería perderme lo que Lucho estaba contando: cuando volví, perecía un pez fuera del agua.
 A veces incluso no hace falta hacer ningún esfuerzo especial: de pronto, el corazón se acelera, y los pulmones se expanden por su cuenta como intentando recoger todo el oxígeno a su alrededor.  
Algo muy curioso que he observado aquí es que nadie fuma. Sólo en Cuzco he visto personas fumando y siempre se trataba de turistas. Parece increíble que en el continente originario de la planta del tabaco tenga tan pocos adeptos a este hábito. Pero sí he podido ver que muchas personas, tanto hombres como mujeres, van por la calle con una de sus mejillas abultadas. Se trata de una bola de hojas de coca que “rumían” y guardan en la boca y que va liberando la sustancia que, parece ser según dicen, les permite en parte trabajar tan duramente como lo hacen sin sufrir los síntomas de los que antes hablaba. Pero, al saludar de cerca o hablar con estas personas, en seguida se hacen patentes los efectos de este hábito en los dientes, pues están manchados, oscuros, dañados o, simplemente, ya no están.
Otra cosa curiosa es que el agua hierve a unos 70 grados. Esto influye también en la elaboración de las comidas.
 Intentar impresionar a las Hermanas haciendo un bizcocho o una tortilla de patatas puede resultar un fracaso culinario, así que me mantengo alejada de los fogones y colaboro en tareas menos creativas como fregar y secar los platos.
Algo a lo que también me he adaptado es a la ausencia de persianas. Nuestras persianas sirven básicamente para que la luz no nos moleste cuando dormimos, con lo que vivimos sin hacer mucho caso al día y la noche, trabajando y pernoctando cuando no hay luz y durmiendo hasta media mañana (bueno, no siempre). Aquí las personas viven con el sol. Una vez puesto el sol, no prolongan mucho su vigilia y, cuando amanece, ellos también se levantan, salen de sus casas y emprenden sus tareas. Me gusta la idea de vivir a este ritmo aunque reconozco que no siempre es fácil hacerlo así.
Mi vista favorita desde la casa


La vegetación también es diferente; a estas alturas casi no hay árboles; en algunas zonas hay agrupaciones de eucaliptos que se deben a la forestación que se hizo hace más de cuarenta años, cuando no se sabía, como ya dije en mi viaje a Ocongate, lo perjudiciales que pueden ser para el suelo sobre el que se asientan. Pero sí es verdad que se aclimataron muy bien a este clima, son resistentes y sirven para los tejados de las casas y para cocinar. 















La primavera se abre paso





Con muchos cuidados algunos árboles frutales  sí que hay: melocotoneros (duraznos), manzanos y no mucho más. 
Para conseguir algo de verduras hay “fitotoldos” que es como llaman aquí a los invernaderos. 
Hay infinidad de variedades de papas y de maíz, pero a partir de los cuatro mil metros ya no se cría casi nada; las cosechas de patatas corren el riesgo de helarse bajo la tierra, de modo que unas plantas parecidas al esparto, llamadas ichu son la base principal para cubrir los tejados y las reinas de las alturas.
Este fitotoldo aporta algunas verduras de las que
se consumen en el comedor
Ichu para los tejados
















Pero vivir aquí también supone convivir con una serie de supersticiones y creencias ancestrales que aún perviven en las zonas andinas de montaña. 
A principios de agosto se empieza a preparar la tierra para la siembra de las nuevas cosechas. El día uno tuve la suerte  de asistir a una ceremonia muy importante aquí: La Pachamama o el pago a la tierra.
Ceremonia simbólica de la Pachamama
Este rito se basa en la creencia firme de que la madre tierra tiene vida propia y hay que agradecerle los frutos que extraemos de ella. Se hace un agujero en la tierra y se ponen en él unas ofrendas: hojas de coca, galletitas, caramelos y un vaso de chicha (una bebida muy consumida por esta zona que consiste en un cereal hervido en agua azucarada). Mientras se realiza este rito se invoca a la Pachamama y a los Apus protectores del lugar y así se dan las gracias por la futura cosecha que se van a conseguir. Sin embargo, a pesar de esta adoración a la naturaleza, los  habitantes de esta zona incurren en ciertas contradicciones: tiran las basuras en cualquier parte, vierten las aguas sucias a los ríos, arrojan papeles y plásticos a las riveras, desde los autobuses, en la calle,…Claro que, en su descargo también tengo que decir que en estas comunidades no suele haber recogida de basuras y eso no facilita precisamente las cosas: no es fácil ser “ecologista” en estas condiciones. En la casa en la que estoy viviendo, hay al final del huerto dos hoyos en la tierra: a uno van todos los desechos orgánicos, que mezclados con tierra con el tiempo se convierten en abono y en el otro van los residuos inorgánicos que son quemados.
Tal y como contaba de la casa de Ccatcca que fuimos a ver, este tipo de aprovechamiento de los recursos no es nuevo; lo que sucede es que en los últimos años nos hemos alejado de esa forma de vida que entendían perfectamente nuestros abuelos. Tal vez ahora estemos en un buen momento para una elegante austeridad, entendida ésta no como carecer de lo necesario, sino como aprender a prescindir de lo superfluo.

Y ya para terminar, algo anecdótico del día a día en esta zona, es lo distinta que me ven los habitantes de estas poblaciones. Ellos y ellas son muy morenos, tanto de piel como de pelo. Cuando salgo al mercado de Combapata, los niños se quedan mirando; un día uno le dijo a su mamá: “mira, sus cabellos son como el maíz”; algunos adolescentes atrevidos me saludan en inglés: Hello! porque imaginan que debo ser americana. Sin embargo, en Checacupe casi se han acostumbrado a verme caminar sola por sus calles. Yo saludo a todas las personas que me voy encontrando y ellos me contestan de distinta manera: si saben que estoy viviendo con las monjas: “Buenas días, hermana”; si saben lo que hago aquí: “Buenos días profesora” y si no saben muy bien qué estoy haciendo y cómo he llegado hasta su población: “Buenos días, señorita gringa”. De cualquier modo siempre resultan saludos afables, respetuosos y agradables de escuchar en ese acento tan dulce que el castellano tiene por aquí.   
Nieve caída en agosto sobre el Ausangate
 

3 comentarios:

  1. ¡¡Ay "señorita gringa",que vamos a tener que darte masajitos con cremita Nivea, en esas manos "estrozaitas", en cuanto vengas.

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  2. hola guapa ,estamos feli y yo ,en mi casa te deseamos que lo poco que te queda lo disfrutes hasta el final un beso gordo de las dos

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  3. ¿Que lastima manos de niños?curtidas por el frió el trabajo ,poca higiene ,aunque los niños son niños en cualquier lugar,no todos tienen cubierta las mas mínimas necesidades ni atenciones,estoy segura que el tiempo que as estado allí habrás sabido recompensarlos dentro de las posibilidades que ayas podido tener. Muchísimo besos cuídate.Marieta

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