A
los pocos días de estar en Urcos tuve la suerte de conocer a Alfonso, un
sacerdote jesuita que ha sido todo un descubrimiento y ayuda para mí. Las
profesoras de religión fueron a visitarlo y le hablaron de mí porque él también
es español, de modo que les dijo que quería conocerme. Una tarde salí a dar una
vuelta, pregunté cómo podía encontrarlo y me dijeron dónde estaba su casa, así
que me dirigí allá para hacerle una visita. Fue muy amable, pasamos a una sala rodeada de ventanas desde
donde se divisaban gran parte de las montañas (los apus) que protegen la localidad. Estuvimos
charlando agradablemente y él fue quien me invitó a la boda quechua que ya
habéis conocido.
Una
tarde lo encontré por casualidad cuando sacaba su todo terreno de su casa y me
invitó a ir con él a Wasinchis. Por el camino me fue dando una clase de
quechua. Wasi significa casa. Nokaiku es
nosotros (los que estamos hablando, por ejemplo). Nokanchis significa nosotros
(todos, sin restricciones), de modo de Wasinchis es la casa de todos. Es un
proyecto de los jesuitas -que también están muy implicados en esta zona- para
acoger a niños fuera de su horario escolar y apoyarlos con una biblioteca y algunas
instalaciones más, entre las que me enseñó, con bastante orgullo, una cocina de
leña típica de esta zona y un horno hecho con un bidón grande forrado de
ladrillos, ejemplo de reciclaje y aprovechamiento de los escasos recursos.
Esa
tarde me invitó a subir con él a las comunidades más altas y yo, por supuesto,
acepté pues me brindaba una oportunidad excelente de ver algo que difícilmente
podría haber visto de otra forma. El pasado día 23 fue el gran día. Salimos a
las ocho de la mañana.
Por
el camino, Alfonso (el padre Alfonso) me iba explicando con un encantador
acento, mezcla de español de Navarra y
seseo peruano, todas las comunidades que él visita mientras ascendíamos sin
parar por una “carretera” de montaña sin señalización ni quitamiedos, pero que se ofrecía a los ojos como un regalo de paisajes impresionantes. Nos íbamos encontrando pequeñas comunidades de
pocas y dispersas casas de adobe y cada vez que veía a alguien paraba su
Toyota, echaba el freno de mano, bajaba
la ventanilla y saludaba a esa persona por su nombre; todos le estrechaban la
mano con una sonrisa y mucho afecto y miraban extrañados la mujer que iba con
el padresito pero su extrañeza no les impedía saludarme a mí también con la
misma sonrisa. Aunque su conocimiento del quechua es grande, a veces tenía que
recurrir al intérprete que también viajaba con nosotros y después de mantener una corta conversación
seguíamos nuestro rumbo ascendente en un camino que zigzagueaba entre pequeños
trozos de tierra cultivados en sitios imposibles, con arados “de pie”, como
llaman aquí a esos arados primitivos que nosotros solíamos ver en nuestros
libros cuando estudiábamos la prehistoria. En ese camino entre montañas
llegamos a la bifurcación de dos valles, y seguimos ascendiendo camino de
nuestra meta: la comunidad de Pfinay, a 4.200 metros de altitud.
Empezando la subida |
Carretera de subida |
Por
el camino encontramos un rebaño de llamas pastando, eran las primeras que veía
que no estaban puestas allí para que los turistas les hicieran fotos y no
estaban preparadas para ello, así que cuando nos detuvimos un poco se fueron
rápidamente (se siente, no hay fotos).
Alfonso
me iba diciendo dónde estaban las comunidades pues el adobe de sus paredes y las
ramas de sus tejados (de una hierba parecida a nuestro esparto) las mimetizaban
con el terreno y no resultaba a veces fácil distinguirlas, y me recordaba a
cada instante que los niños de todas ellas bajaban cada día a pie a Urpay, que
era la comunidad más grande de la zona y donde él también sufraga y dirige un comedor.
Me
parecía increíble que los niños pudieran hacer todo ese camino a diario para ir
al colegio, pero para corroborar sus palabras empezamos a encontrarnos a
algunos de ellos que bajaban corriendo pues llegaban algo tarde. La bajada es “fácil”
y rápida según me contaba pero la subida es algo muy distinto.
Las "heridas" que marcan el lugar de los cultivos |
La
llegada a Phinay fue especial; de pronto, después una continua subida divisamos
al fondo en una planicie unas pocas casas dispersas y una pequeña capilla más o
menos en el centro; sólo dos personas parecía que esperaban en la puerta.
Alfonso aparcó el coche y los tres bajamos de él. La capilla estaba como a cuatrocientos metros y había que cruzar un pequeño riachuelo para llegar saltando por unas piedras puestas; no fue difícil pero en tiempo de lluvias podía darse el caso de llegar hasta allí y no poder acceder a la capilla aunque Alfonso me señaló una zona más alta desde, como buen deportista, él saltaba cuando eso sucedía.
Alfonso aparcó el coche y los tres bajamos de él. La capilla estaba como a cuatrocientos metros y había que cruzar un pequeño riachuelo para llegar saltando por unas piedras puestas; no fue difícil pero en tiempo de lluvias podía darse el caso de llegar hasta allí y no poder acceder a la capilla aunque Alfonso me señaló una zona más alta desde, como buen deportista, él saltaba cuando eso sucedía.
Aparcamiento |
Mientras
esperábamos (un señor tocaba un silbato para avisar de que iba a empezar la
misa) di una vuelta por los alrededores; justo frente a la capilla había un
rebaño de alpacas; son animales hoscos y huidizos aunque curiosos. Alfonso me
retó a que tocara una de ellas porque se quedaban mirando pero en cuanto hacías
un movimiento se alejaban rápidamente. En otra parte había una construcción
curiosa; me estuvieron explicando que era el baño de las alpacas. Una vez al
año, se reúnen allí todos los rebaños de los alrededores (más de mil quinientos
animales), los dirigen a todos hacia un cercado y ahí los obligan a pasar por
un canal con agua y productos para lavar y desinfectar la lana; mientras pasan
por ese canal, los hombres empujan a las alpacas hacia abajo para obligarlas a
meter la cabeza y limpiarse bien, después salen a otro cercado hasta que se
secan; preparadas para el esquile.
Alrededor de esta construcción había motas
de lana como si fueran los testimonios y los restos de una batalla, que visto
el silencio y la soledad que allí se perciben, debe ser como una gran fiesta de
sonidos, risas, voces, protestas de los animales, griterío de niños,…La única vegetación eran unas matas de hierbas marrones y algunos árboles pequeñitos(cuyo nombre en quechua fui incapaz de retener) que de lejos se parecían a nuestras encinas.
Baño de las alpacas |
Rebaño de alpacas |
"Secador" de alpacas y capilla al fondo |
Al escuchar el silbato, una vecina con su poyera roja vino desde no se sabe dónde |
Pero empezó la misa; apenas diez personas estábamos presentes; unas mujeres habían llegado envueltas en sus mantas, con la cara tapada, de modo que solo se veían sus ojos y su pelo trenzado. Y sus pies desnudos, calzados con las “ojotas” que son unas sandalias hechas de caucho como los neumáticos pues es lo único que soporta el trasiego por estos caminos y los largos recorridos a pie que tienen que hacer todas las personas que viven en estas comunidades: niños, jóvenes, adultos o ancianos, todos las calzan sin calcetines, con los pies desnudos y curtidos en los caminos.
La misa en quechua, el catequista que siempre lo acompaña a las comunidades es quien explica y lee y dirige las canciones y, como me había dado un papel con la letra, aunque no sé quechua, sé leer y le pongo voluntad, de modo que yo también intenté acompañar aquel coro de voces tan especial.
Nada
de cambios de posición como en la misa habitual; sentados todo el tiempo, excepto en el
momento de la paz, en que todos se saludan con un abrazo. Y la puerta abierta,
con el frío de los cuatro mil doscientos metros colándose hasta el último
rincón y la última fibra.
Mirando hacia el horizonte (El Ausangate al fondo) |
¡Qué
pobreza tan extrema! Allí ya no se cultiva casi nada; sólo algunas papitas pero
que cada año tienen el riesgo de helarse dentro de la tierra y algo de maíz que
corre la misma suerte. Viven de sus alpacas y poco más. ¿Cómo se calientan? Esa
fue mi ingenua pregunta. “De ninguna forma”. No hay leña para encender fuego,
no hay combustible que llegue hasta allí; guardan y secan los excrementos de las
alpacas (que son parecidos a los de las ovejas, así de pequeños) y los usan
para encender una rudimentaria cocina para calentar agua, cocer alguna papa y
hacer una sopa o una infusión ligera que es lo único que los niños toman antes de bajar al
colegio. Por eso es tan importante y vital la función de los comedores
escolares.
Cuando
me despedí de aquellas personas y subí al coche, me pareció que había hecho un
viaje en el tiempo, pero ellos también viven en el año 2013, como nosotros,
aunque resulte increíble y dolorosamente cierto.
Y emprendimos la bajada de vuelta a "la civilización".
Y emprendimos la bajada de vuelta a "la civilización".
Pequeños cultivos en pendiente |
Y esto ya fue...definitivo |
me encanta tu relato de hoy.... si es así, todos los que visitamos esas pequeñas comunidades.... nos dejan sin palabras..cuando volvemos a la civilización siempre nos hacemos la misma pregunta¿como puedes vivir asi ?..... ¡¡¡¡ el ser humano es una caja de sorpresas,lo aguanta todo, lo vive todo, lo soporta todo,,, esta es la realidad mas dura de los olvidados del mundo...... gracias por recordarnos que no somos tan vulnerables como creemos ................. un abrazo lina antonaya
ResponderEliminarComo siempre muy interesante tu relato, leído desde mi casa, "fresquita" en verano y "calentita" en invierno, con mi coche en la puerta para poder desplazarme (seguramente a menos distancia de lo que esos niños recorren para ir al colegio) y poder ir al supermercado y comprar todo lo que necesito. ¡¡Pero que afortunados que somos!!. Bueno, la vida no para todos es igual de justa. Lo que nos cuentas debería servirnos para disfrutar más de lo que tenemos y quejarnos menos. Un "abrazo de oso", preciosa.
ResponderEliminar¡Hola Josefina! Veo que vas cumpliendo tu sueño poco a poco. Por lo que cuentas con tanta claridad descriptiva (parece que estamos allí contigo), estás viviendo intensamente la experiencia, confieso que no he entradp hasta hoy porque he estado un poco liada, pero he leído todas las entradas de un tirón y ya estoy esperando la próxima. Un abrazo y sigue cuidándote. Inma
ResponderEliminarHello teacher! Aquí en fresquito de la noche, junto con mi hija, leemos tus relatos y nos parece impresionante, por tu redacción y la veracidad de ellos. Vemos que sigues cumpliendo tus sueños y subiendo escalones. Me alegro por ti. Muchos besos y hasta el próximo relato. Marieta
ResponderEliminar¡Hola Josefina!No me canso de leer tus relatos, a todos le pones algo especial...Ya estoy esperando el próximo.Cuídate mucho.Un abrazo,tu alumna Joaquina.
ResponderEliminarHola Josefina te sigo en tu viaje, me parece muy bonitos todos tus relatos,las fotos son preciosas, con tanto colorido. Y los trajes de la boda y bailes. Sigue cumpliendo tus sueños. Un abrazo de tu alumna Mari-loli
ResponderEliminarImpresionante, sigue contandonoslo todo.
ResponderEliminarMariola